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Mi padre, un guerrero espartano
Cogí una gran una bocanada de aire y, pensé.... pensé en mi padre, pensé en su filosofía de vida, y le pedí ayuda para afrontar el infierno que me iba a devorar. Mi padre ha sido pieza clave para afrontar esta nueva etapa. Me entristece reconocer que no le supe valorar hasta ahora, hasta después de que se fuera. Mi padre hacía que lo difícil pareciese fácil, que lo imposible fuese accesible, y es ahora, cuando me paro a reflexionar sobre su vida, cuando me doy cuenta de quién era y de lo que pude aprender de él.
Será únicamente después de explicar lo extraordinario de su vida, cuando entenderéis que su vida ha sido la inspiración para lograr un cambio radical ante mi enfermedad, de lo que en principio pensé que pasaría.
Mi padre, Pepe, como le llamaban sus amigos, nació sin la capacidad de ver, en un pequeño pueblo de Badajoz, en él vivía con sus padres y su hermana pequeña, pero esta falleció teniendo pocos años por lo que creció sólo bajo el amor de sus padres. Pepe era un niño avispado, deseoso de conocer mundo y de aprender, así que haciendo caso omiso a la limitación que supone la ceguera decidió venirse sólo y siendo muy joven a Sevilla para estudiar. En esta ciudad transcurrió su vida como estudiante y vivió en una pensión en el centro de la ciudad, logró culminar sus estudios como Perito Mercantil, lo que hoy día equivaldría a Empresariales. Deseoso de seguir aprendiendo estudió ingles en el Instituto Británico.
Esto que a mí en su día y siendo mi padre me parecía algo normal, analizándolo pormenorizadamente y trasladándote en el tiempo setenta años atrás, compruebas la dificultad que pudo suponer para alguien ciego estudiar una carrera cuyos libros solo podían ser estudiados impresos. ¿Cómo pudo estudiar? Actualmente alguien ciego dispone de los libros en braille y de herramientas que facilitan el estudio, pero entonces, en aquellos tiempos no había nada que le facilitase su educación. Solo pensarlo me aterra, la idea de verlo sin su familia y sin ver nada, no puedo entender cómo pudo hacerlo. Tenía la facultad de transmitir que su vida era fácil, con la misma naturalidad de alguien que goza de todas sus capacidades. Aprendí entonces que, si la vida te pone límites, tienes que buscar alternativas para conseguir tus metas y jamás te des por vencido ante adversidades.
Mi padre vivió cada día como un regalo que le ofrecían y su limitación física no fue jamás obstáculo para conseguir su felicidad. Tuvo claro que no tener vista era algo inherente a su persona y que ello no sería un impedimento para alcanzar sus sueños. Y así mi padre formó una familia con cuatro hijos, de los cuales yo soy la más pequeña, y la que más quebraderos de cabeza le dio, porque yo siempre he sido muy loca y como él, pero de otro modo mucho menos equilibrado, quería devorar la vida, así que de joven yo era un terremoto.
Lecciones que me enseño mi padre
Mi padre me enseñó que, la felicidad hay que saber encontrarla y trabajarla, hay que aprender a ser feliz independientemente de lo que la vida te depare. Él vivió como una persona sin limitaciones, que iba a diario a su trabajo, bien en autobús o paseando. Le encantaba leer novelas en braille y escuchar el libro hablado (novelas en audio) y le fascinaba la música clásica. Disfrutaba escribiendo artículos, tocaba la bandurria, escribía a máquina y hacía mil actividades impensables para alguien sin vista. Era una persona muy culta a la que siempre le gustó aprender, era muy educado y jamás le escuché una palabra malsonante. La sonrisa era parte de su fisonomía y el amor por su familia era desmesurado. Logró hacer de su vida el mejor de sus sueños hecho realidad. Consiguió que sus estudios fuesen recompensados y desarrolló su carrera profesional como alto directivo en la ONCE y una vez jubilado se dedicó a viajar mucho con mi madre y a disfrutar aún más si cabe de la vida. Pude ver a través de él que el amor por la pareja puede ser infinito e imperturbable a lo largo del tiempo y pude comprobar a través de su experiencia el sentido del amor incondicional que sentía por mi madre y por sus hijos. Tenía un sentido muy profundo de la amistad y por ello disfrutó de muchos amigos. Era la mejor persona que he conocido y que jamás llegaré a conocer y de la cual he tenido la suerte de aprender lo mágico de la vida.
Prefiero recordarle así porque sus últimos años de vida, fueron muy injustos con él, postrándole en una silla de ruedas, aquejado de sordera y sufriendo multitud de ictus que le impidieron disfrutar como siempre lo había hecho. A pesar de todo ello, y aunque pasó en numerosas ocasiones por hospitales en los que siempre nos decían que de esa situación no salía vivo, lograba salir, pero con muchos achaques porque él era un enamorado de la vida y luchó hasta su último aliento como un auténtico guerrero espartano. Jamás le escuché quejarse, ni de su ceguera, ni en sus últimos años, a pesar de sus múltiples dolencias. Se bebió a sorbos su vida y pudo saborear en toda la extensión de la palabra la vida como el mejor de los regalos. Disfrutó como el que más, conoció el valor del amor y de la amistad y puede sentirse orgulloso de ser el mejor ejemplo para sus hijos y sus nietos que tuvieron el privilegio de conocerle y de aprender de su experiencia vital. En su funeral, el sacerdote que ofició la misa, que también lo conocía, les dijo sabiamente a mis sobrinos, es decir, a sus nietos, que su ídolo no debería ser Messi, o un cantante o un actor famoso, que su ídolo, debería ser su abuelo.
Me quedo con esas palabras de adiós y de profunda admiración que se dijeron en su entierro y que perdurarán en mi familia a lo largo del tiempo. Nuestro ídolo será siempre mi padre. Quería contaros esto para que entendieses como él y su forma de ver la vida han sido mi referente para afrontar la enfermedad de la manera que ahora os contaré.
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