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Los resultados de la biopsia
Los primeros días fueron agobiantes, porque la incertidumbre acerca de la gravedad, de lo avanzado o no que estaría y de si había o no metástasis me tenían preocupada, tardaron algo más de 15 días en darme los resultados definitivos de la biopsia.
Llamé directamente a la empresa que me había realizado la biopsia porque el médico no me llamaba para facilitarme los mismos, así que, ya desesperada, contacté con dicha empresa y recogí los resultados sin esperar a la cita del médico. Por cierto, el médico me llamó un miércoles, un poco fuerte, habiéndome informado la empresa que realizó la biopsia que él tenía mis resultados desde el viernes anterior.
La excusa al retraso fue lo que más me molestó, argumentando que no me habían localizado en esos días, pero la realidad fue que jamás me llamaron días antes a esa llamada. De todos modos, cuando recogí los resultados de la biopsia, ya había decidido que me iba a tratar en la sanidad pública y no en la privada. En esos días de desconocimiento cualquier día que pasa sin saber noticias acerca de los resultados, se hace interminable.
Días antes de recoger los resultados, y para estar conmigo en esos días de desazón, vino Juan Carlos, uno de mis sobrinos, que vive en Alicante, así que el día de recogida de los resultados él venía conmigo. Eran momentos muy decisivos y estaba impaciente por abrir el sobre y leer qué decía sobre la gravedad de mi cáncer. Pero al empezar a leer rápidamente pude comprobar que, sin conocimientos médicos, la literalidad del documento no me sugería nada, porque no podía entender nada. Tendría que esperar unos días hasta que me viera mi ginecólogo para saber a ciencia cierta a qué me enfrentaba.
Así pues, ignorando lo que el futuro me deparaba, y asumiendo que la vida tienes que disfrutarla mientras puedas, quise disfrutar el día con mi sobrino. Decidimos ir a un restaurante que me encanta, y allí mismo, degustando una exquisita comida y saboreando un cálido vino, sin saber nada acerca de mi destino, le comenté a mi sobrino que iba a celebrar la vida, ignorando si era mucho o poco lo que me quedaba por disfrutarla, quería aprovechar cada instante. Ese día fue decisivo porque fui plenamente consciente de lo que quería, y para ello iba a dar todo de mí para hacerlo realidad, iba a exprimir cada día con la misma intensidad con la que lo hacía antes, como en la época en la que era imparable. Vivir de la forma en que añoraba, esa época que se evaporó y se fue diluyendo a través del paso del tiempo en la empresa para la que trabajaba. Haciendo una reflexión sobre mis años anteriores a ese momento, pude comprobar que, durante este largo período, se fue transformando paulatinamente mi percepción de la vida, y fui progresivamente pasando de una vida satisfactoria hasta llegar a que simplemente se resumiera en la capacidad de ir pasando cada día, sin ambiciones, objetivos, metas ni ilusiones, era solo pasar los días. Me di cuenta entonces, en el momento en que no sabía si mi vida corría o no peligro, que había perdido muchos años de mi vida y no quería dejar pasar ni un instante más.
Pasados unos días, me citaron en el Hospital de Valme de Sevilla para que pudieran darme algo de luz acerca de mi enfermedad. Sabía únicamente su nombre, un nombre que aterra, que solo su mención te hiela y te sobrecoge el alma, palabra que estremece a cualquiera y que cambia el semblante a quien lo menciona. Me acuerdo perfectamente del momento en que le dije a mi hermana Mari Valle, cuando estaba sentada en la calle intentando asimilar la impactante noticia que me habían dicho instantes antes, esa imagen, ese semblante jamás se me olvidará, y es que, al resto de familiares, novio, amigos, les informé de la noticia por teléfono, por lo que no pude ver la reacción en sus caras, pero mi hermana sí que estaba conmigo en el momento del diagnóstico, y el miedo se reflejó en su cara. Hay imágenes que permanecerán inalterables en tu mente para siempre y ésta era una de ellas.
El dia del descubrimiento
En la consulta, me tocó una ginecóloga muy amable, actitud que en estas circunstancias agradeces más que nunca. Desde el diagnóstico de esta enfermedad me he vuelto mucho más sensible ante todo y cualquier acto de acercamiento de alguien lo valoro como un tesoro. Durante la consulta estuve acompañada de mi hermano mayor, José Andrés, que es sanitario de ese mismo hospital, así que estaba arropada por alguien de mi familia y además del gremio, eso era algo positivo que me reconfortaba en ese momento.
En esa consulta me dijeron que tenía cáncer de mama y que era bastante grande, nada más y menos que 4’5 cms, y que dicha lesión también había dañado los ganglios axilares del brazo izquierdo. Por el momento esa era la información que podían deducir de los resultados obtenidos, no podíamos saber si había o no dañados más órganos, o si se había extendido a los huesos hasta que no se hicieran más pruebas específicas que resolvieran dichas dudas.
Para ello me prescribieron TAC y gammagrafía para dilucidar la extensión de mi alien (así decidí llamar al bicho que tenía dentro) Lo que sí tenían claro era que, ante un tumor tan grande, el tratamiento adecuado era, en primer lugar, sesiones de quimio, que reducirían el tamaño y después proceder a la extirpación del tumor y el vaciamiento de los ganglios linfáticos axilares que estaban afectados.
Dios mío, pensar en la quimio me daba pánico, por favor, pero... si nada más ver una aguja me muero, solo de imaginarlo el corazón me latía más rápido, y pensaba que me quedaba un infierno por el que pasar, yo entro en un hospital y me falta el aire, no......., yo no podré con esto, pensé. Cuando alguien habla de los síntomas tras recibir una sesión de quimio lo que se te viene a la mente es que vas a estar por los suelos, destrozado, sin defensas, abatido y exhausto. Trágame tierra, ¿de verdad esto me está pasando o estoy en una pesadilla? Meditas y eres consciente de que es la realidad, y que esto es lo que te toca vivir, respiras profundamente.
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