Empecé a hacer vida normal (VIII)

Empecé a hacer vida normal

No me lo podía creer, yo, la peor enferma del mundo, estaba en pleno tratamiento de quimio y ahí estaba yo, sentada, tan tranquila, diciendo tonterías y sonriendo ante una aterradora situación. Y pasé toda mi sesión relajada, entretenida hablando con mi novio y sin torturar me pensando en que algo malo me iba a pasar, fue una reacción natural, que apareció por sí sola, sin presiones, sin haberlo premeditado. El tiempo pasó muy rápido, terminé muy contenta porque había sido una experiencia muy distinta a la que yo me había imaginado, el período de tratamiento era mucho más corto de lo que yo había pensado y de lo que me habían contado y las sensaciones con las que regresaba a mi casa tras mi primera experiencia en la sala de tratamiento eran muy positivas, me iba contenta a casa porque había superado de forma ordinaria, algo que tenía en la mente como una sala de tortura en la que cada segundo que pasara sería un suplicio. Sí que intentaba evitar mirar en un primer momento a los brazos de los demás pacientes, e incluso al mío, ya que me da repelús ver las agujas insertadas en la piel, o en mi caso un cable que sale literalmente de mi brazo. Esa visión del cable en mi brazo me hacía tener ansiedad y tenía que respirar profundamente y dejar de pensar en el dichoso cable que me hacía parecer a un robot conectado a su batería. Yo misma me autodenominaba como Robocop.

Me dijeron que a las 48 horas del tratamiento es cuando aparecen los efectos secundarios, que a pesar de no leerlos ni informarme de manera exhaustiva, sabía por otros medios y por experiencias de otros enfermos que podría tener vómitos, calambres, sensación de estar con gripe y cansada. Para paliar dichos efectos te suministran dosis de corticoides y que en mi caso fueron de gran ayuda. Mi sobrina Pilar se quedó conmigo en mi casa, tras mi primer tratamiento, para atenderme en el caso de que tuviera efectos adversos. Recuerdo que tras mi primera dosis esperé en mi casa esos días esperando que tuviera mareos, nauseas o cualquier otro efecto y a las 48 horas esperé a que mi cuerpo se resintiera y empezara a dar muestras de lo que había recibido, y pasaron las horas y los días y comprobé que no sentía nada, tanto es así, que yo era la que llevaba y recogía a mi sobrina a su lugar de trabajo e hice las veces de chofer porque la quimio no hizo mella en mi cuerpo.

Pero ¿a mí me han dado quimio? ¿No he sentido nada?

Pasados esos primeros días y viendo que mi cuerpo no mostraba reacción alguna decidí ir al gimnasio porque mi cuerpo estaba tal y como había estado siempre, sin que el tratamiento hubiera mermado mis capacidades. Me sentí genial porque había superado la primera de las 8 sesiones como si nada y mi vida continuaba como antes. Mis amigas no paraban de llamarme y de mostrarme su apoyo incondicional y su cariño, mi familia se volcó ante mi nueva situación, y empecé a sentirme dichosa por el cariño que recibía. Hasta el momento no había valorado lo que tenía a mi alrededor y empecé a sentirme afortunada. Mi padre empezó a prestarme sus ojos.

En esos primeros días no todo fueron noticias adversas porque volví a contactar con mis amigas Eva y Valle, a las que no veía hace años y fueron mis amigas del alma. Ambas han vuelto a formar parte de mi vida diaria desde que me diagnosticaron la enfermedad y he podido comprobar desde entonces que la gente se ha volcado conmigo en esta situación y ello me alegra el alma. Me siento por ello afortunada. Esta ha sido una etapa muy gratificante en cuanto a las muestras de cariño. Me he sentido incluso abrumada por un amor desmesurado por parte de mi familia, amigos y pareja. Gente de la cuál no pensabas que iban a actuar de un modo tan cercano, te sorprenden tendiéndote la mano y su corazón, y es que no todas las sorpresas que te depara la vida son malas y en esta ocasión esta etapa me ha dado sorpresas inolvidables.

 

Comentarios (0)

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso.