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El inicio de la quimioterapia
Os adelanto que la experiencia vivida desde que empecé con la quimio ha sido, contra todo pronóstico, una etapa inolvidable, período de profundo aprendizaje personal y de superación frente a las adversidades. Un ejercicio práctico del legado que me dejó mi padre y el inicio de ver la vida con otros ojos. Con los ojos con los que mi padre logró ver la vida.
Y volviendo a la realidad de los inicios de mi enfermedad, ya que no soportaba que me pincharan, e informándome de los síntomas adversos que produce la quimio en las venas (las venas se vuelven más finas, se queman, experimentan un grave deterioro, y la regeneración tarda años, hay riesgo de flebitis que provocan dolores en el brazo). Me ofrecieron la posibilidad de ponerme un picc en un brazo. El picc es un catéter fijo que te insertan en un brazo durante el tratamiento de quimioterapia, y según he podido escuchar de numerosos sanitarios, una opción excepcional para este tipo de tratamientos de larga duración. Literalmente me salía un cable del brazo que facilitaba extraordinariamente las sesiones de quimio y los continuos análisis, ya que en cada tratamiento y cada prueba analítica no era necesario pincharme, sino que directamente se conectaba a mi cable, sin padecer molestias ni dolor alguno. Pedazo de invento que me han puesto. He de decir que para la inserción de ese picc es necesario una pequeña intervención ambulatoria que requiere de anestesia local. En principio iba con algo de miedo, pensando que me enfrentaba a una intervención dolorosa, con anestesia local y pensaba en mis ansiedades y mis nervios, y estando en una sala esperando a la intervención apareció el médico, quien antes de intervenirme tuvo la empatía de buscarme a la sala de espera y con sus palabras me sentí mas tranquila. Entré a la habitación pensando que estaba en las mejores manos. Así que cuando finalizó la inserción de ese picc, me incorporé y lo primero que pensé es que había dado otro paso más y que todo lo estaba llevando con naturalidad. Nada que ver con el horror que yo había imaginado en mi mente.
Sí que es cierto que yo en mi vida normal soy muy nerviosa y que las primeras sensaciones de tener un cuerpo extraño que salía de mi brazo me hacían tener algo de ansiedad e hicieron que mis primeros días con el picc no fueran todo lo tranquilos que hubiese querido, pero quien me conozca profundamente sabe que la tranquilidad y yo somos términos opuestos, así que estar relajada tras la inserción del picc y antes del inicio del tratamiento de quimio, pensando en que me pasaría tras la dosis era una cuestión algo difícil. Mis nervios son algo excepcional y supongo que para el resto de la gente que opte por el picc, el tenerlo tanto tiempo no habrá sido ni será algo molesto. He podido comprobar en pacientes que optaron por administrarse la quimioterapia del modo tradicional, es decir, a través de una vía que te ponen en el momento de la sesión para quitártela tras terminarla, que sufren gran deterioro en sus venas así que optar por el Picc fué una decisión más que acertada.
Pero todo no iba a ser color de rosa con el picc y el médico me indicó que el inconveniente del picc es que no puede mojarse, por riesgo de infección, así que mantenerlo seco y libre de gérmenes es algo esencial durante el tratamiento. Al instante pensé, bueno, si no me puedo mojar el brazo ¿cómo se supone que me voy a duchar durante tantos meses?, ¿No voy a poder disfrutar de un baño en todo el verano? Sólo de pensarlo me entró agobio. El mismo médico me dijo que no existía nada en España, pero si en EEUU, y que sino encontraba nada, podía ducharme con papel film, es decir. El papel transparente que utilizamos para tapar alimentos y conservarlos. Así que me puse como una loca a buscar que existía para poder ducharme. Quería tener la mejor calidad de vida dentro de mis posibilidades y quería poder ducharme con tranquilidad.
Unos días después de Pensando en lo nerviosa que me pongo y en que no aguantaría la quimio, y al pensar que tendría que estar sentada y quieta en una habitación, una de las preguntas que formulé al oncólogo al que visité en mi primer contacto con el departamento de oncología del Hospital de Valme fue si podría moverme por la sala con la máquina a la que estaría conectada, y siendo positiva su respuesta, algo más tranquila me quedé. Aun así, el miedo a lo desconocido y a las secuelas de la quimio me hacían estar nerviosa y expectante ante lo que se me avecinaba. La visión de tener que estar encerrada en una habitación sin poder salir de ella me aterraba y era lo que peor llevaba. El oncólogo me facilitó un libro en el que se explicaba con todo tipo de detalles los síntomas que podría sufrir después de cada tratamiento de quimio, libro que jamás leí porque el poder de la mente es ilimitado y no quería adelantar acontecimientos. De haberlo leído me hubiese predispuesto seguramente a pasarlo mal y no quería ni leerlo para no presionarme. Lo que tenga que ser, será, pensé. Si lees un prospecto de algún medicamento y analizas sus posibles efectos secundarios, dejarías de medicarte seguro.
¿Podía seguir haciendo deporte?
Mi segunda pregunta fue si podía hacer deporte, y me dijeron que sí, siempre y cuando cuidase de mi higiene con el picc y no me lo mojase, además de no poder hacer pesas con el brazo en el que estaba inserto. Tuve claro, que, a pesar de llevar unos meses de flojera, iba a entrenar de nuevo, ya que el deporte ha sido siempre desde bien pequeña mi válvula de escape, mi droga que me proporciona felicidad y bienestar y era lo que mi cuerpo me pedía en ese momento.
Me dejaron muy claro que 18 días después de mi primera sesión de quimio mi pelo se caería, eso sí que era un efecto inevitable y al que tendría que acostumbrarme y por mucho que no quisiera leer los efectos secundarios, era algo que no iba a poder impedir. Cuando me visualizaba sin pelo opté por no querer que nadie me viese sin pelo, y sobre todo mi pareja, ante la cual me horrorizaba quedarme sin cabello alguno, entendía que esa sería uno de los efectos que peor llevaría de este tratamiento. Verme sin pelo, uf, eso tiene que ser horrible.
Llegó el día de mi primera quimio, la secuencia de mi visita al hospital era la siguiente: a primera hora me hacían un análisis, prueba totalmente indolora ya que con mi picc no me pinchaban, únicamente me conectaban la jeringa a mi cable y salía la sangre, primera prueba superada sin incidencias. Posteriormente iba a desayunar a la cafetería del hospital y luego iba a la sala de espera de oncología hasta que me tocaba mi turno para mi cita con el oncólogo para que éste analizase los resultados de los análisis y si las defensas estaban en unos niveles óptimos, pasar a la sala de tratamientos para recibir mi dosis de quimioterapia.
Mi primera visita para la quimio fue impactante, ya que había multitud de personas en las dos salas de espera para las consultas oncológicas. ¿Tanta gente padece cáncer?, la realidad es que sí, y no eres consciente de ello hasta que vas a una consulta de un hospital y ves que el número de pacientes de esa especialidad nada tiene que ver con las consultas de otras especialidades. Cuando pasé la primera vez a recibir mi tratamiento de quimio, al llegar hice una visualización completa de dicha sala, observando el amplio número de sillones que hay, y comprobé que las máquinas que suministran el tratamiento disponen de ruedas, por si me ponía nerviosa y necesitaba andar con la máquina a cuestas.
Ese día me acompañaba mi novio y mi hermano que trabaja en dicho hospital, éste último siempre estuvo conmigo en cada cita con el oncólogo y me revisaba un par de veces durante mi sesión de quimio porque no se fiaba de mí y de cómo mis nervios se llevarían con una máquina a la que estar al menos dos horas enchufada. Reconozco que los primeros momentos estuve nerviosa, pero una vez me conectaron la máquina y observando que seguía perfecta y que no tenía ningún efecto, al menos inmediato, me vine arriba y empecé a decir tonterías y a reírme con mi novio, tanto es así que decidirme hacerme fotos junto a la máquina del veneno, tal y como decidí llamar a la máquina a través de la cual me suministraban mi dosis de quimio, máquina que se convirtió en el transcurso de mi tratamiento en mi amiga, "la máquina del veneno". Y no podría ser de otra forma ya que al final estaríamos unidas por un período de 6 meses que transcurriría desde marzo hasta agosto del 2016.
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