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UN VERANO PARA RECORDAR: CON MI CÁNCER Y MI PAÑUELO
Después de mi viaje a Francia, tan sólo unos días después me fui a San Pedro de Alcántara, muy cerca de Marbella porque daba un concierto Marc Anthony, un cantante que me provoca mucha alegría y ganas de bailar y siempre ha sido uno de mis artistas preferidos. Siempre me entusiasmó la idea de verlo en directo y sentir su ritmo de forma tan cercana. Este verano, que para otro pudiera ser el peor de su vida por tener un cáncer, en mí se planteó como una oportunidad única para disfrutar de un largo verano sin tener que trabajar, sin tener horarios que te impidan hacer lo que quieras y cuando quieras (salvo los días de tratamiento en el hospital) así que lo aproveché y pude hacer cosas que siempre había querido hacer. Este verano además era el primero en el que podía disfrutar de verdad, después del infierno que había pasado los ocho años anteriores por mi anterior trabajo. En esta ocasión mi jefa ya no me iba a cambiar las vacaciones una semana antes para intentar amargarme el verano como lo hizo cada año. Ya no iba a llorar el día antes de que finalizaran mis vacaciones por la ansiedad que me producía el pensar en que tenía que aguantar sus faltas de respeto y humillaciones de nuevo. Este verano yo era dueña de mi tiempo y de mi vida y no podía malgastar esta oportunidad.
En esta ocasión me fui con mi novio y pasamos un fin de semana genial. El concierto no me defraudó, y aunque se hizo esperar (estuve al menos tres horas esperando de pie hasta que empezó su actuación) mereció la pena el esfuerzo de estar tanto tiempo sin sentarme durante al menos 5 horas. En alguna ocasión también bailé porque a mí el baile latino me fascina y al oír esta música mi cuerpo cobra vida propia y baila sólo. La ocasión no era para menos, estaba cumpliendo un sueño que pensé no iba realizar y este verano estaba siendo excepcional y formidable. Sí que tengo que decir que aunque quise irme después del concierto de copas y marcha por Marbella mi cuerpo no me lo permitió y tuve que irme al hotel a descansar. Tenía los pies reventados y la última hora de concierto se me hizo algo dura por los dolores en las plantas pero estaba tan a gusto que aguanté hasta el final, no me hubiera perdonado tener que irme en una ocasión tan especial. Y es que todo no se puede tener, demasiado está aguantando mi cuerpo después de tanto veneno. Después de cada sesión de quimio, y durante al menos tres días, tenía que inyectarme un tratamiento para que no me bajaran las defensas. La inyección era de las que se inyectan en la barriga, pero yo soy incapaz de pincharme sola, así que buscaba por cielo y tierra a alguien que me pinchase. Esas inyecciones producen dolores de huesos y musculares y síntomas parecidos a los gripales. Con este tratamiento sí que hubo varios días en que me sentí con el cuerpo dolorido, pero eso es insignificante dentro de un tratamiento tan largo y siendo consciente de que hay pacientes que realmente lo pasan mal con la quimio y que sufren. Si fuera capaz de quejarme con estos síntomas tan leves sería muy egoísta y muy poco empática con los pacientes oncológicos que no han tenido la misma suerte que yo. Yo me he considerado y me sigo considerando una privilegiada, por lo tanto no tengo argumento ninguno para quejarme.
Mi estancia en Sevilla
En los días que pasé en Sevilla, siempre quedaba con mis amigas para salir, y es que tenía todo el tiempo del mundo, con ganas de salir y de compartir mi tiempo con mi gente. Mis amigas son muy incombustibles, son de las que les encanta salir a comer y luego pasar la tarde juntas de copas hasta que el cuerpo aguante. En el caso de mis amigas el cuerpo les aguanta hasta la madrugada, ja ja. Tenemos todas los cuarenta y largos pero en ese aspecto nos quedamos en la época de los veinte. No me privé de salir de copas con ellas y hacer lo mismo que siempre, eso sí, con peluca para no dar mucho el cante. No es que a mí me importe que los demás sepan que estoy pasando una enfermedad. No sólo no escondí mi enfermedad, sino que la daba a conocer para normalizarla y que los demás vieran que se puede estar bien durante los tratamientos oncológicos. Era por estética, por la noche siempre sales más arreglada y no veía apropiado salir con el pañuelo. Por el calor y por la dermatitis que sufrí en la cabeza durante todo el tratamiento, sólo utilicé la peluca por la noche cuando salía a cenar o salía de copas, pero no durante el día, ya que los picores en la cabeza eran incompatibles con la peluca. Hoy día hay pañuelos muy bonitos que dan un toque de color a la cara y a mí no me suponía ningún trauma verme con pañuelo. Cuando pasas por esta experiencia puedes comprobar lo imprudente que puede llegar a ser la gente que te observa de arriba a abajo por llevar un pañuelo como si fueses un bicho raro. A pesar de las miradas yo iba feliz con mi pañuelo, jamás me he sentido más orgullosa de mí que durante esta enfermedad.
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