MI PRIMERA INTERVENCIÓN QUIRÚRGICA (XXI)

MI PRIMERA INTERVENCIÓN QUIRÚRGICA

El Jueves siguiente a la espectacular fiesta sorpresa de los piragüistas tenía prevista mi paso por el hospital para la operación de mama y vaciamiento de ganglios de la axila. Así que un día antes, el miércoles por la tarde tuve que ingresar en el Hospital de Valme para someterme a cirugía. Esa fecha me truncó un súper plan que había organizado con mis amigas ya que empezaba la feria de Lebrija, lugar en el que reside mi novio. Queríamos pasar ese fin de semana en la feria celebrando que había estado muy bien durante todo el proceso de la quimioterapia, habíamos planeado estar un numeroso grupo de amigas durante todo el fin de semana, así que cuando me informaron acerca de la fecha de la intervención no me quedé conforme y solicité al médico que si podía cambiarme la fecha de operación a la semana próxima, lógicamente no le dije que quería retrasar la operación para pasar esos días en la feria, porque se hubiera quedado un poco flipado, así que evité nombrar feria. De todos modos su respuesta fue contundente y dijo que ese era el día y no se podía cambiar. Así que el día de ingreso en el hospital era el inicio de la feria. Supongo que cualquier persona normal pensaría en la enfermedad, en operarse lo antes posible, pero he de decir que muy normal no soy, lo reconozco y yo hubiese preferido pasar el fin de semana en la feria con mis amigas y mi novio, y luego pasar por quirófano. Pero ese plan no fue posible y me tocó quirófano en lugar de feria, vaya cambio de planes.

Después de la fiesta de mi vida, iba tranquila, estaba alegre, feliz. Tal eran los sentimientos que afloraron el fin de semana anterior, y haciendo un recorrido mental a lo largo de los siete meses que habían pasado de tratamiento no podía más que sentirme muy afortunada. Sentí que si la operación no salía bien y no volvía a despertarme, había tenido la dicha de sentir el amor y cariño desmesurado de quienes me importan y forman parte de mi vida. Me acordaba de los momentos tan felices de ese verano imparable. Sentía la tranquilidad de quien se siente pleno y feliz. Lo único que me hacía pasar malos ratos era cuando pensaba en el ascensor, mi mayor temor. El día de ingreso me acompañaba Antonio, mi novio, quien ha estado apoyándome durante todo el proceso, y he de agradecerle que estuvo a la altura de las circunstancias. Creo que él ha vivido peor que yo la convivencia con esta enfermedad y su preocupación ha sido mayor que la que yo he podido sentir en primera persona, pero como podréis comprobar soy un bicho raro. Esta enfermedad te ofrece la posibilidad de conocer a ciencia cierta quien tienes realmente a tu lado y quien no. Es una prueba de fuego para comprobar quien te quiere y quien te decepciona. En mi caso, me sorprendió gratamente contar con muchas personas que se preocuparon por mí durante el largo tratamiento. Y lógicamente tuve decepciones al comprobar la ausencia total de noticias de personas que creí eran amigos. Pero ganan por mayoría aplastante las personas que me aportaron cariño, un mensaje de ánimo, que me llamaron, que estuvieron conmigo, así que no sería justo pararme a pensar en los amigos que demostraron no serlo. Incluso llegué a vivir episodios muy desagradables de alguien muy próximo a mi novio, quien le insistía en que él no tenía que venir conmigo a las sesiones de quimiotaria, argumentando que mi novio no era nadie para venir conmigo, le llegó a decir incluso que si yo no tenía familia que me acompañara. Pero esta actitud tan inhumana y tan despreciable es sólo un caso extraordinario dentro de mi situación vivida. Por otro lado, para mí, mi novio es mi familia, es parte de mi día a día, y no tengo que firmar un contrato con él para sentirlo de una forma más intensa.

De vuelta al hospital

Volviendo al hospital, a la noche antes de operarme, compartí la habitación esa noche con una señora que estaba recién operada, la cual no se podía levantar, tenías ganas de ir al baño y me comentó que si me importaba salirme de la habitación porque se sentía incomoda. Antonio y yo nos fuimos al pasillo, que estaba vacío, parecía una película de miedo. Tenía ganas de guasa, no tenía sueño, así que pensé que era el momento ideal para probar unos cascos inhalámbricos que había comprado para poder escuchar música en el hospital sin molestar a quien compartiera conmigo habitación. Me coloqué los cascos y puse música en el móvil para ver si funcionaba correctamente, le dije a Antonio que me grabara un vídeo que aún conservo y veo de vez en cuando para reírme de mí misma, y decidí pegarme unos bailes en el pasillo al son de la música que sólo yo escuchaba. Ja ja. Era una escena digna de una película de Almodóvar, ahí estaba yo la noche anterior a operarme, hinchada como un balón de playa por tanto corticoide, con un pijama horrible de hospital, calva, ya que no llevaba pañuelo en ese momento, así que literalmente daba miedo-risa. Cuando terminé mi baile Antonio me dijo: si sale ahora un enfermero al pasillo que sepas que mañana no te operan, te van a llevar directamente a psiquiatría. Nos reímos un rato de las cosas tan locas que se me pasan por la cabeza y volvimos a la habitación. Dormí poco, pensando en el ascensor, me aterraba pensar que estaba obligada a entrar al ascensor en la cama tras la operación. Antes de acostarme hablé con un enfermero y le dije que no iba a bajar al quirófano en ascensor, quería ir andando. Ya tras operarme no tenía otra opción pero al menos para ir, mi intención no era otra sino bajar andando por las escaleras. Ya veríamos que pasaba al día siguiente al enfrentarme a mis peores miedos. Tal era la obsesión con el ascensor que la operación pasó a un segundo plano. No me asustaba la operación, eso no era lo importante, lo realmente angustioso era entrar en el ascensor. Intenté dormir algo y al día siguiente ya vería como me enfrentaría a mis demonios.

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