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MALAS NOTICIAS DESPUÉS DE LA INTERVENCIÓN
Tenía cita con mi oncóloga después de la intervención para que me diera los resultados de la misma. Me comenta que de los 18 ganglios que me quitaron 7 de ellos estaban afectados, y es que a pesar de tener un seguro médico privado habían pasado dos años sin hacerme ninguna revisión ginecológica y mi dejadez me había pasado factura. Quiero hacer incapié en la importancia vital de realizarse revisiones periódicas ya que el desarollo de la enfermedad depende del estadio en que se encuentre y de si hay metástasis o no. Una cirujana me comentó que si no hubiera transcurrido tanto tiempo entre revisiones, no hubiera hecho falta quitarme los ganglios y los efectos secundarios que ahora sufro en el brazo hubieran sido muy diferentes. Ahora ya no merece la pena castigarme pensando que tendría que haber ido al ginecólogo una vez al año porque sólo conseguiría agobiarme y no solucionaría nada y si algo te aporta esta enfemedad es ser tremendamente pragmática. Si has hecho las cosas mal y ello tiene unas consecuencias tienes que saber enfrentarte a ellas. Si el error cometido tiene remedio has de hacer todo lo posible por arreglarlo pero si no hay vuelta atrás y no hay solución tienes que tener la capacidad de aprender del error y enfrentarte a él con coraje. Yo me encontraba en esta situación, mi dejadez me llevó a tener una enfermedad algo avanzada y creo que tomé la mejor decisión. Me enfrenté a esta realidad con valentía y arrojo. Rendirse no entra dentro de las opciones y desde entonces lucho por recuperar ser quien era. Creo que no lo estoy haciendo mal del todo y mis ganas por superarme son el motor de mi día a día.
Pues ahí estaba yo, en la consulta postoperatoria escuchando los resultados de la misma, afrontando mi realidad. Estaba tranquila, ya había pasado por dos fases y ya era el momento de pasar a otra etapa de la enfermedad; pasar a radioterapia, o eso creía yo.
Pues no, la situación era otra a la esperada. Los resultados patológicos de la intervención afirmaban que el tumor no había sido extirpado en su totalidad y era necesaria otra operación. Esto es la historia interminable, o sea, que después de la primera operación tengo que pasar por quirófano otra vez en menos de dos meses, vaya faena. Así que en septiembre tuve la primera operación y los primeros días de noviembre me dieron cita para mi segunda intervención quirúrgica. Esto o te lo tomas a bien, o te cortas las venas, una de dos. Elegí no cabrearme con el mundo cuando escuché la noticia de mi oncóloga y pensé que hasta el momento había sido una privilegiada y había ido todo sobre ruedas, así que un pequeño bache no iba a conseguir desmoronarme. Lógicamente no era para nada lo esperado y en algún momento pensé que era una gran putada pero no dejé que la idea de esa segunda intervención dominara mis días hasta que llegara el momento de volver de nuevo al quirófano. Transcurrieron los días con normalidad, afrontando mis días con esperanza y con alegría. Aunque los días previos al ingreso en el hospital me visitaron mis peores demonios, esos que no logro controlar. Esos días sí que tenía algo de ansiedad pensando en mi claustrofobia y mi paso inevitable por el ascensor. Esa fobia es un enemigo diario que me limita mi día a día. No logro entender como esos miedos aparecieron de repente en mi vida, cuando tenía unos 30 años, y desde entonces son más o menos intensos pero no dejan de acompañarme. Sé que cuando no te enfrentas a tus miedos por un largo período, estos se transforman en una barrera infranqueable muy difícil de superar. Durante mucho tiempo he evitado enfrentarme a los espacios cerrados y pequeños y esto provoca que llegado el momento inevitable de verme frente a esta situación me parezca algo insoportable, horrible e inviable. Llegó el día de la operación y ya le armé el numerito del ascensor al pobre celador que tuvo que lidiar con la loca de turno.
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